Apego y respeto: Independencia asegurada

No hablo de una fórmula química o una suma matemática de ingredientes exactos. Pero sí es asegurado que cuando existe apego y respeto en la crianza de un bebé, su independencia aflora de manera clara en los momentos que debe darse. Y hoy les vengo a contar cómo fui testigo de ello, con mi propio hijo. Eso sí, sentí una mezcla de emociones entre ternura, felicidad, tristeza y añoranza, porque está creciendo mi pequeño renacuajo.

Empecemos por decir que un niño (bebé) independiente no es aquel que duerme solo en su cuarto, deja de llamar a mamá o papá en las noches y evita llorar cuando tiene necesidad para no «incomodar» a ningún adulto, este es el cuento que nos vendieron. Un niño independiente es el que se siente seguro, amado y resguardado. Aquel que sabe que cuando necesite el calor, afecto, cariño, seguridad de su madre (padre) lo recibirá sin duda alguna, que la protección está presente y que el regazo de mamá lo aguarda para cuando lo quiera.

Como madres ponemos esto en duda, porque llevamos encima una carga social muy fuerte. Mamá, suegra, abuela, tíos, vecinos y amigos cuestionando por qué lo tienes aún en el cuarto (Sí, claro. ¡Como si fuera a dormir con nosotros hasta los 17 años!) o porqué le sigues dando pecho si eso ya es”agua” (para este tema hay mucha información y ya es sabido que la leche materna es lo que mejor alimenta en todas las etapas de desarrollo en la primera infancia) o porqué lo llevas en brazos si lo vas a “mal acostumbrar” (¿A qué? ¿A que se sienta seguro y contento?). Estas son solo acciones de criar con apego, pero ciertamente el apego lo llevamos todos los humanos en nuestro ADN (así sobrevivió nuestra especie por miles de años), allá nosotros con nuestras cargas culturales y sociales con que nublamos, escondemos o cegamos ese apego y lo enterramos en lo más profundo de nuestro ser.

Pero no vine a discutir eso hoy, sino al contrario, a reafirmar aquella frase  “Con amor, todo se puede” (algo cursi, pero cierto). Pues el apego no es más que la muestra más natural de amor hacia nuestras crías. Yo lo vengo haciendo con mi pequeño de 12 meses, y ahora es él quien me vuelve a mostrar mejor que nunca esas señales de independencia en respuesta a tanto amor y confianza brindados. ¡Ay! esas señales que también me dan una punzada en el estómago, que llevan consigo un pequeño anuncio de «mamá te necesito menos» (vuelve mi cuota de drama) pero así es como me sentí.

Señal de independencia de la semana: «Mamá me voy sólo al parque»

Una tarde, Ignacio y yo, regresábamos de jugar en el parque. Lo traía en brazos, porque en el último tramo del recorrido tenemos que cruzar un par de calles, y como estábamos cerca del final de la tarde, el tráfico incrementaría. Además, asumí que tras haber jugado un buen rato, Ignacio estaría ya cansado como para caminar. Como él conoce el camino de regreso a casa, a veces le pido que me indique por dónde ir, o que señale la puerta de la casa que tengo que abrir, y así jugamos a que él me guía en todo, hasta para abrir la puerta, él me indica dónde poner la llave y espera con ansias que termine de girar la llave para empujar la puerta por mí.

Seguí el procedimiento, llegamos a la puerta, lo bajé a mi lado mientras sacaba las llaves del bolsillo, esperando que me apurara él con su típico «¡allí!» señalando la cerradura. Sin embargo, sucedió algo distinto, me encontré sola frente a la puerta al cabo de unos segundos. Cuando giré vi que Ignacio había decidido regresar por donde vinimos. Le llamé, le hice señas para que viniera, le mostré la puerta y la llave, pero nada. Me miraba con mucha calma, con ojos atentos y volvía a girar y seguía por su camino. Me quedé parada ahí, pensando que si veía que no lo seguía o que entraba a casa, él retornaría, pero mi estrategia de “psicología inversa” no funcionó. Tuve que salir corriendo tras él porque ya estaba llegando a la pista.la foto 2 (2)Lo alcancé en la vereda y le dije que si quería volver al parque me diera la mano para cruzar la calle. Pero él soltó mi mano y quiso seguir caminando solo (¡ouch!  Primera señal: Yo camino solo). Le tomé de la mano de todas maneras para cruzar juntos y en cuanto llegamos al otro lado de la calle volvió a soltarse de mi con más fuerza. Le dejé guiarme en el camino y me llevó hacia el parque, caminó solo todo el tramo, hasta el pasto, donde corrió en círculos, rodeaba las flores, a los perros que pasaban, a los niños que iban de regreso a casa. Saludando a todos y despidiéndoles con la señal de la mano abierta. A veces se sentaba, a veces se tropezaba, me miraba y continuaba con su juego. Yo me mantuve al margen, quería observarlo, tan seguro, tan él. Y dejando de ser “nosotros” por un momento.

Parece que el haberme mantenido al margen sirvió, porque exploró a su manera, jugó a su manera e interactuó con otras personas de la forma en que quería. Y al la foto 3 (2)cabo de un rato, me miró con esa sonrisa que ilumina su rostro de manera única y vino hacia mí (ufff qué sentimiento tan deli verlo llegar a mis brazos!). Lo abracé, lo besé y le dije que ya se hacía tarde y que era hora de regresar a casa. Se quedó en mis brazos contento y tranquilo. Como si hubiese cumplido con su objetivo, que no sé si era regresar a jugar por su propia cuenta o más bien dejar claro que podía decidir y hacer cosas solito. Lo miré con otros ojos, lo admiré, lo amé más, lo respeté y lo extrañé.

¿Ya pasaste por algo similar con tu bebé?

Mimando ando…independizando!

 

PD: En un próximo post, la siguiente señal: “ Mamá, yo juego solo» (¡ay!…)