La historia de mi innecesárea

Íbamos muy bien, ninguna complicación, cero molestias en el embarazo, muy a parte de los usuales malestares de los 3 primeros meses (náuseas y mareos en mi caso). Me preparé haciendo yoga prenatal (lo recomiendo). Hacía ejercicios todas las noches en casa después del trabajo para relajar la parte baja de la pelvis, la espalda, hacer ejercicios de respiración, hablar más con mi bebé. Su papá le tocaba música, le cantábamos, conversábamos con él…

Mejoré mi dieta, no cambié mi estilo de vida, porque seguía con un fuerte ritmo de trabajo, pero me gustó mantenerme activa durante mi embarazo, caminaba mucho, subía y bajaba escaleras, la verdad seguía con mi rutina sin encontrar en el embarazo la excusa para tumbarme a la cama (ojo que hubo días o noches que esto ¡sí que era necesario!) Eso sí, empecé a dormir más temprano y levantarme una o dos veces en la noche para ir al baño, mi vejiga parecía pedirlo a gritos.

Pero cuento todo esto, porque mi embarazo fue sumamente normal, sano y tranquilo. Me preparé para un parto natural todo el tiempo. Leí, leí y leí por montón. Entendí la necesidad y la importancia de recibir a mi bebé, a pesar de no haber contado con la instrucción de las féminas de mi tribu (en este caso mi madre, abuela o tías, pues ellas fueron de la generación de la “cesárea cool” como yo le llamo). Así que me instruí solita en este mundo paralelo del embarazo, el parto y la maternidad y lo que iba descubriendo era un empoderamiento hacia mi propia fuerza como mujer. Suena lindo ¿verdad? Pero no era fácil. No fue fácil asimilar tanta información y soltar mucha otra que yo ya traía en la cabeza (des-aprender). No fue fácil entender que la cesárea se da por complicaciones y no (debería ser) a pedido.

Me costó quitarme de la cabeza la idea del parto con dolor extremo, con mucho sufrimiento, con sacrificio del cuerpo al límite. Esa idea de la mujer como mártir a la hora de parir. Me costó, y aunque leí mucho sobre el tema, en ese momento no terminé de procesar tanta información y sentirme segura de mi misma, de la fuerza de mi cuerpo ni la de mi bebé.

Las últimas semanas de embarazo la doctora que me atendió, una gineco-obstetra con bastante experiencia y muy amigable que atiende en las mejores clínicas de maternidad, nos venía advirtiendo que el tamaño de la cabeza del pequeño seguía siendo algo más grande que el promedio y no paraba de crecer y no le veía “buen futuro” a esas cifras. Padres primerizos, hijos de la generación “cesárea cool”, hijos de la generación “parto = sufrimiento” nos íbamos viendo más y más preocupados por ese dato que cita a cita iba siendo más resaltado.

Quise estar muy bien preparada, asistí a todas las clases de preparación prenatal con mi gordo, ambos queríamos estar seguros de todo, de aprender bien el tema de la respiración al pujar, de reconocer las contracciones, de entender el proceso de dilatación. Preparé un plan de parto que mi doctora ni miró porque me dijo que la clínica ya tenía procesos establecidos y en todo caso si quería dárselo lo tenía que enviar por carta formal a la administración de la clínica y que mejor me evitara molestias.

Esperando a Ignacio_papis con panza

Como no recibió mi plan de parto, al menos le fui comentando en cada control mis deseos para cuando recibiera a mi bebé en sus manos. Le comenté que quería optar por dar a luz en posición vertical. Uno de los aspectos por los que esa clínica me convenció fue porque cuentan con la silla para apoyarte en posición vertical y con la poca información y referencias que tenía parecía ser la más familiarizada con el parto natural (más no con el parto respetado por lo que viví después). Le expliqué también a la doctora, que queríamos el primer contacto con el bebé piel a piel de cualquier manera, si fuese cesárea debería ser el padre quien lo reciba en su pecho, por lo menos.

La semana que programamos la cesárea, tuvimos muchas dudas. La cabecita de Ignacio parecía ser muy grande y él parecía estar muy cómodo aún en la panza de mamá como para salir “a tiempo”. La doctora nos decía que a pesar de estar boca abajo, aún no descendía ni se posicionaba , y que su cabeza seguía pareciéndole grande. Los controles finales parecían sólo una medida a la cabeza de mi bebé para jugar a la suerte de si era o no cesárea. Y la verdad la barriga ya estaba re-grande y este pequeñito seguía bien sujeto al útero de mamá. Yo me sentía cansada y ansiosa por conocerlo.

En las noches repasaba con mi gordo lo que debíamos tener en mente para el día del parto, la respiración, el conteo de las contracciones, la técnica de pujo,  etc. Pero a medida que lo repasaba noche a noche, creo que mis sombras aparecían y me asustaba más y más. Creo que dudaba de mi propia capacidad de parir. Me preguntaba si tendría la fuerza suficiente para aguantar tal “magnitud de dolor”. Eso no se lo dije a nadie, pero es la verdad. Las ansias me traían miedos, temía muchísimo “no tener leche” para darle de lactar a mi hijo, temía no tener fuerzas para poder pujar, temía que su cabecita fuera tan grande que se pudiera maltratar.

Fue así que tras hacer muchas preguntas de verificación a la doctora, todos los datos que nos mostraba parecían indicar que lo más razonable era realizar la cesárea. La programamos para la tarde siguiente. Llegamos a la clínica dos horas antes, muy emocionados, ansiosos y contentos. Por fin conoceríamos a nuestro Ignacio. Me llevaron a una sala de pre-parto en la que monitoreaban al bebé en la panza. Luego me llevaron en la camilla hacia aquella habitación fría que jamás se borrará de mi memoria.

Ingresé a la habitación en camilla, con esa bata de hospital que te tapa por adelante, pero no por detrás, con gorrito en la cabeza. Lo primero que apareció en el panorama fueron los muros cubiertos de mayólica color verde hospital. Había una radio encendida en la esquina y en medio una camilla muy larga y muy angosta. Me hizo recordar el caballete sobre el que alguna vez salté cuando niña en mis entrenamientos de gimnasia artística. Me trasladaron a aquella camilla, me pidieron que me sentara con cabeza y espalda dobladas hacia adelante, muy “relajada” y me inyectaron la epidural. Sentí dolor al ingresar el líquido, aunque lo olvidé casi al instante pues sólo empecé a sentir que me iba…todo se veía borroso. Le dije a la anestesióloga con voz muy débil y haciendo esfuerzo por respirar “me voy” y sentía desvanecerme. Al instante me tomó en brazos otra mujer (probablemente una enfermera) y entre las dos me sujetaron para que mantuviese la posición. Me colocaron una máscara de oxígeno y me recostaron en esa tabla.  Y luego, hicieron lo que hicieron en mi entrepierna, pelvis y partes bajas. Desconozco todo tipo de maniobra o preparación, pues dejé de sentir la parte baja de mi cuerpo y extendieron una sábana frente a mi para evitar que viera la cirugía.

Al cabo de un rato, cuando estaba todo listo, permitieron la entrada de mi gordo, le recordé que no dejara de pedir que le dieran al niño apenas naciera, él muy entusiasmado estaba atento con cámara en mano. Yo estaba muy nerviosa, mareada, débil y asustada, pero al mismo tiempo ansiosa por ver a mi bebé. Traté de hablarle mucho de corazón a corazón. Sabía que sería una llegada traumática para él, pues en el parto natural los niños son los que dirigen su llegada a este mundo, son ellos mismos los que trabajan por salir y lo consiguen trabajando en equipo con su madre. Ellos también se activan con la adrenalina y es por ello que están atentos a lo que va a suceder. Son niños que saben que llegó el momento de salir a la luz. Mi niño no lo sabía, lo tomarían por sorpresa y más bien tendría un choque de luz.

La doctora se colocó en posición, imagino que la pediatra estaba al otro lado de la camilla, escuchaba una charla entre mi ginecóloga y ella, mientras coreaban la canción que sonaba en la radio, una emisora de los 80´s. Empezó a cortar, lo sentí, hacía maniobras, pero no sabía qué sucedía, quizás se tomó unos cinco minutos en el tema de separar mis tejidos y…¡zaz! Una enfermera sobre mi abdomen empujó muy fuerte mi barriga hacia abajo (Maniobra de Kristeller), yo grité de dolor y sentí que arrancaron algo de mi, algo se desprendió en mis entrañas, las lágrimas brotaron de mis ojos, de dolor, me dolió el cuerpo y me dolió el alma. No entendí bien qué fue lo que sucedió, ni lo pude procesar en ese momento. Al cabo de unos segundos o minutos (no lo sé, todo pasó muy rápido) escuché el llanto de mi niño. – ¿Cómo se llama? – preguntó la doctora. -Ignacio – respondió mi gordo. – Bienvenido Ignacio – le dijo la doctora a mi bebé, mientras lo sostenía y lo acercaba a las manos de quien creo era la pediatra.

Vi pasar a mi bebé por lo alto hacia una pequeña camita detrás de mi. Le hicieron limpieza y el Test de Apgar . Yo seguía llorando en una mezcla de emociones, dolor,  frustración y emoción por escuchar a mi bebé y con ansias de saber que estaba bien. Vi que mi gordo fue a verlo corriendo (sin soltar la cámara) regresó corriendo a decirme que estaba muy bien y al cabo de unos minutos nos lo acercaron envueltito en mantas. Mi gordo lo sostuvo en sus brazos y una enfermera nos tomó una foto  a los tres, la primera de muchas, pero la que dejaría recuerdo de aquella fría habitación en la que mi niño y yo no fuimos protagonistas, sólo fuimos un número más.

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Se llevaron a mi bebé, me terminaron de suturar la herida por unos 20 minutos más, me llevaron a la sala de post parto o cuidados, y me dormí. Al cabo de un par de horas vinieron por mi y me trasladaron a mi habitación. Me sentía débil y muy cansada. La verdad mi cuerpo sólo quería seguir durmiendo, mi cabeza (y corazón) tenía muy presente que tenía que ver a mi bebé cuanto antes. Una vez en la habitación mi gordo me dijo que lo tenían en el cuarto de bebés, mi mamá, mi suegra, mi mejor amiga y él lo habían podido ver a través de un vidrio, esa suerte de vitrina que deja ver a los niños en sus camitas, todos en orden, y mi niño había estado dando saltitos esporádicos y claro que había estado llorando, pero se calmó, o ¿se resignó?, no lo sé. Nadie lo atendió, pero todos siguieron viendo ese show a través de ese gran vidrio que separa a los bebés del calor de sus madres.

Cuando vi a mi bebé entrar en su camita saltó mi corazón de emoción, la enfermera acomodó mi cama en posición tal que pudiera recibirlo en brazos. Y lo acercó a mi pecho. Yo no tenía la menor idea de qué hacer ni como darle el pecho. Pero mi instinto se despertó, lo sostuve, le acaricié y traté de hablarle para darle calma, para cobijarlo y que supiera que no estaba solo.

El tema de la lactancia lo dejaré para otro momento, porque también fue un proceso largo y no “enganchó” tan fácilmente ni a la primera. Las dos primeras noches, que pasamos en la clínica, fueron difíciles. Mi niño lloraba cada dos horas, yo lloraba con él, por no poderme parar para sostenerlo, por ver que su papá se quedaba dormido del cansancio y que era yo la que abría los ojos al mínimo movimiento de él, y que sin embargo era él quien le tenía que atender. Lloraba por frustración y porque quedó en mi sembrado un profundo sentimiento de culpa. Me sentía en deuda con mi bebé, por haberlo traído antes de tiempo, por haberle fallado y no haberlo recibido con mis propias manos o con mi propio cuerpo. Por no poderme poner de pie para tomarlo en brazos, en fin, por no estar 100% para él.

El día de hoy recuerdo ese momento y me atrevo a decir todo lo que sentí, pero me tomó tiempo aceptarlo y, sobre todo, hablarlo. A veces callamos muchas de estas emociones, porque lo lógico es manifestar alegría y contar lo maravilloso que fue ver llegar a tu bebé. Pero, una cosa es recibir a tu bebé en tus brazos y otra es que otros lo hagan por ti, y aún por encima te maltraten a ti y a él. Si eso no es maltrato, no sé qué es.

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Lo que sí sé, es que mi próximo parto será diferente porque estoy informada, porque conozco mis derechos como mujer y como madre, porque conozco los derechos del bebé y porque por sobre todas las cosas no permitiré nunca más que intervengan un momento tan importante, mágico y maravilloso para mi, como este, de esa forma. Primero yo, primero mi bebé.

Mimando ando… y empoderando!

Conocí a una Doula

El otro día me reuní con Aivi, la conocí a través de la tata, para variar esa mamá pulpo que a todos conoce y de todos sabe, y que todos la conocen, porque es la casa de la tata y su tribu. Pues Aivi es de esa tribu, de mamas que están haciendo algo por promover una crianza positiva y no solo para los niños ya nacidos, sino desde el vientre, por el derecho a tener un embarazo y partos respetados.

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Aivi Sissa – Doula

Aivi es doula, es una mujer que tiene magia, que tiene conocimiento y se ve en sus ojos las ganas de compartir toda esa información por ayudar a más mujeres a encontrarse consigo mismas, con su propia naturaleza y sacar a relucir su grandeza e inmensa fuerza natural.

Nuestra charla duró más de lo esperado, «es que somos unas loras» me decía. Pero la verdad este tema es infinito y el nivel de información que lleva Aivi consigo, al parecer ¡también!

Me encantó conversar con ella pues trae el punto de vista no solo de quien ha tenido la experiencia de acompañar partos, conocer la técnica, contar con la literatura (que ya es bastante) sino que además suma el ser madre, el haber parido en casa, el haber recibido a sus niñas como ella quiso y como la naturaleza manda. Toda esa experiencia en conjunto y sus conocimientos me hicieron recordar aquellas historias de las matronas, de la tribu, de las enseñanzas de la abuela, la madre a la hija, de los conocimientos que se nos transmitía generación a generación, de esa sabiduría ancestral, que fue quedando en el camino para ir siendo revocada por el conocimiento científico y medicinal (nada en contra de él, pero sí de la falta de equilibrio en todo esto).

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Doulas – Mujeres que apoyan mujeres

 

Y así, nos pasamos hablando de parto, de su vida en España, de violencia obstétrica, pasamos por todo, por educación Montessori, maneras de educar con mayor libertad a nuestros hijos, posibles elecciones para nosotras. Hasta terminé contándole la (dolorosa) historia de mi parto, con ojos aguados y sintiendo que encontraba por fin a alguien que me escuchaba y me comprendía, que no estaba loca por sentir todo esto y que, en realidad, es más normal de lo que parece.

¿Qué es una doula? ¿Qué hace? ¿Aún existen? ¿Necesitamos de ellas?

Las doulas son mujeres, en su mayoría madres, que acompañan a otras mujeres durante el embarazo, el parto y el puerperio (post parto).

Su labor fundamental es dar soporte, tanto físico como emocional, en estas etapas. Este apoyo va dirigido en primera instancia a la madre, pero el padre se ve ciertamente liberado de cargas, sobre todo emocionales, al contar con una mujer que logra empatía y conexión con la madre.

Es importante resaltar que una de las principales tareas de la doula es informar positivamente acerca de la experiencia de la maternidad y del parto a las mujeres embarazadas y sus familias. Y uno de los aspectos que diferencia su tarea de la del doctor o la obstetra es el cuidado continuo que provee a la madre, ella le acompaña en todo momento y hace un plan para dar apoyo práctico y emocional. Es la mujer que trae la seguridad y calma a esa madre confusa y y emocionalmente vulnerable.

Hoy en día hay más doulas preparándose, formándose y acompañando partos. Es la presencia de la mujer que quedó de lado hace unos años y se está retomando, pues es el aporte necesario para un parto con guía, con calma y respetado.

 

En mucho tiempo no sentía esa congenialidad de pares, dos hembras, dos madres, dos mujeres con intereses comunes conversando en aquel café, compartiendo reflexiones y yo queriendo saber más y más de sus historias, de sus decisiones, de su experiencia.

Tras esta larga charla, quedé con ganas de hablar más, pero quedé contenta, hay más mujeres empoderadas, no era yo sola buscando información, y cuando las mujeres nos unimos y nos apoyamos la fuerza que se genera es inmensa, es una energía que no tiene reversa.

Mimando ando… empoderando más mujeres!

 

 

*El Dato: Si quieres conocer más de cerca a Aivi y los servicios que ofrece como doula puedes encontrarla en su página www.aivisissa.com o en Facebook: https://www.facebook.com/nacerlima

 

Mamá primeriza: ¿Cómo elegir pañales?

[Publireportaje]

Me recuerdo a mi misma, panzona, en la oficina donde trabajaba,  conversando con una compañera de RRHH sobre los detalles para el baby shower. Nuestra conversación se transformó en un diálogo informativo sobre compra y uso de pañales. Ella me comentó que su amiga (a quien le había ayudado a organizar el baby shower y quien ya había dado a luz para ese momento) había tenido que pasar por diferentes marcas hasta dar con la adecuada para su bebé y que no había sido un trabajo fácil.

¿Qué tan diferente puede ser un pañal de otro?- me dije a mi misma, algo incrédula. Además, me dijo que normalmente se cambia el pañal del bebé al día unas 8 veces en promedio. ¿Tanto?- Me sonaba a broma. Y para colmo me habló sobre el posible riesgo de ocasionar pañalitis en la colita del bebé. Las madres de hoy en día sí que se hacen mucho drama, seguro exageran – Volví a pensar, riéndome un poco de la situación.

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Pues esa era yo, aun embarazada, con pensamiento de mujer «antes de ser madre», con mucha incredulidad. Mi respuesta a todo ello en ese momento fue: «Mira, yo creo que no debe ser para tanto, considerando que usan tantos pañales al día, me busco la marca más barata y que el bebé se acostumbre a esa y punto» (Querida amiga Giuli, debes recordar mis palabras con mucha gracia a estas alturas).

Cuando Ignacio nació, recibimos muchos pañales de regalo (gracias amigos, los pañales siempre vienen bien). Y no pensamos en la marca ni en el tipo, sino hasta cuando comenzamos a vivir a ciencia cierta la piel rosadita del bebé, la ropita mojada cuando se le había pasado un poco, el fastidio del bebé por sentirse mojado, entre otras cosas. Tal parecía que sí era importante esto de escoger un buen pañal (ilusa yo). Además, como buenos papás primerizos no tuvimos la mayor duda en usar los primeros pañales que nos regalaron, y no era nada despreciable considerando el volumen de uso.

Fue así, que entre los paquetes que nos regalaron, para cuando pasamos a la siguiente talla de RN (recién nacido), abrimos un paquete diferente al de todos los demás. Era un paquete grandote, morado de «Pampers premium care». Y no fue hasta que se acabó y tuvimos que abrir el de otra marca, que nos dimos cuenta que ese era EL pañal.

Los aspectos que fueron los más convincentes para nosotros:

1. Realmente al cambiarle el pañal,la piel del bebé estaba seca. Lo comprobé yo misma tocando la telita con mi antebrazo y nada de humedad.

2. Descubrí que las bandas para sujetar el pañal son más elásticas y mucho más suaves.

3. En general el pañal parece ser de tela por lo suave del material. Lo contrario ocurrió con otras marcas que se sentían muy plásticas y hacían sudar la piel del bebé, sobre todo en la espalda y la barriguita, imagínense cómo andaba Ignacio en verano con esos plásticos encima…

4. No hubo necesidad de volverle a poner crema para escaldaduras, nunca más hubo piel rojita en la zona de los genitales.

5. Lo mejor es que absorbe hasta 12 horas, así el bebé pasa la noche tranquilo y sin molestias.

Antes de haber visto la publicidad del producto ya estábamos convencidos, pero qué mejor que entendiendo bien sus beneficios y principales características:

Dato: Yo los compro en babycuy.com suelen tener buenas ofertas. También los puedes comprar directamente en la página de Pampers o en los principales supermercados.

A la larga vas notando que cuanto más absorbente y duradero es mejor, así no desperdicias tantos pañales, ahorras varias molestias (con este frío aun más) y tu bebé está cómodo y tranquilo. Me hubiera encantado recibir una explicación como esta cuando estaba embarazada, quizás de esta forma sí hubiera creído en la importancia de saber elegir el pañal. Nunca es tarde, podemos hacer el cambio a tiempo y comprobarlo con nuestros propios ojos. Hagan la prueba y me cuentan cómo les fue.

Mimando ando…cuidando la piel de mi bebé!

Todos sabemos de Colecho, aun sin saberlo

El pasado fin de semana tuve la oportunidad de sentarme en círculo con hermosas madres (y padres) llenos de preguntas acerca del colecho. Buscaban un espacio donde expresar sus miedos, angustias y preocupaciones al respecto. Un lugar donde ser escuchados, sin ser juzgados y dónde encontrar respuestas (o consentimiento) a sus formas de criar.

Es que cuestionamos muchas cosas y nos llenamos de inseguridades a tal punto de preguntarlos si realmente estamos haciendo las cosas bien, si deberíamos escuchar más a nuestra madre, a la suegra o al pediatra. Me pregunto ¿Por qué las madres (y padres) de hoy cuestionamos tanto si lo estamos haciendo bien? ¿Por qué dudamos de nuestras habilidades? ¿ Por qué ponemos en duda nuestro instinto?

Para ir más allá, les copio un fragmento del libro de Carlos Gonzalez, «Bésame mucho»:

«POR QUÉ NO QUIEREN DORMIR SOLOS

¿Dónde dormían los bebés hace 100. 000 años? No había casas, no había cunas, no había ropa. Sin duda dormían junto a su madre o sobre ella, en un improvisado lecho de  hojarasca. El padre no debía dormir muy lejos, y la tribu entera estaba apenas a unos metros de distancia. Sólo así podían sobrevivir durante el sueño, el momento más vulnerable de su jornada. Recuerdo de aquellos tiempos es la costumbre de que los esposos duerman juntos, y la desazón (a veces franco insomnio) que los adultos solemos sentir cuando un viaje nos obliga a dormir separados de nuestra pareja habitual. Muchas madres, si su marido duerme fuera, «dejan» venir a sus hijos a su cama, y no siempre es fácil decir cuál de los dos halla más consuelo en la compañía.

¿Se imagina a un bebé solo, desnudo, durmiendo en el suelo y al aire libre a cinco o diez metros de su madre durante seis u ocho horas seguidas? No hubiera sobrevivido. Tenía que existir un mecanismo para que también de noche el bebé estuviera en contacto continuo con su madre, y de nuevo el mecanismo es doble: la madre desea estar con su hijo (sí, a pesar de todos los tabúes en contra, todavía muchas madres lo desean), y el niño se resiste violentamente a dormir solo. ¡Dormir solo! El gran objetivo de la puericultura del siglo XX. Como hemos comentado, un niño al que su madre pudiera dejar solo, despierto, en el suelo, y no protestase de forma inmediata, sino que ¡se durmiese!, difícilmente hubiera sobrevivido más que unas horas. Si alguna vez hubo niños así, se extinguieron hace miles de años (bueno, no todos. Se habla de niños que duermen toda la noche, espontánea y voluntariamente. Si el suyo es uno de esos raros niños, no se asuste; seguro que también es normal). Nuestros hijos están genéticamente preparados para dormir en compañía.

Para un animal, el sueño es un momento de peligro. Nuestros genes nos impulsan a mantenernos despiertos cuando nos sentimos amenazados, y a dejarnos llevar por el sueño sólo cuando nos sentimos seguros. Nos sentimos amenazados en un lugar desconocido, y a mucha gente le cuesta dormirse en los hoteles porque «extraña la cama». Nos cuesta dormirnos en ausencia de nuestra pareja o en presencia de desconocidos. «

Tal parece que el instinto nos lleva a querer mantenernos cerca de nuestras crías, a protegerles tanto de día como de noche, a cobijarles y resguardarles, como lo hibiéran hecho nuestros antepasados hace miles de años. «Eso fue hace mucho tiempo, en estas épocas ya no enfrentamos esos peligros», dirán algunos. Sin embargo, un bebé recién nacido no lo sabe, ese bebé trae la misma información genética de un bebé de 100 000 años atrás, esto ha permitido la evolución y supervivencia del ser humano, ¿por qué habríamos de negarnos a ella?colecho

El problema: nuestro entorno. Aspectos sociales y culturales

Actualmente el colecho se lleva a cabo más de lo que imaginamos, no es una práctica extinta, ni pasada, ni a la moda, es una práctica natural como lo podemos entender. Sin embargo la cultura occidental ha traído consigo diferentes aspectos que nos han llevado a migrar a otras costumbres (necesarias o no) y a dejar algunas otras, quizás más saludables. De hecho, aquí podemos involucrar el tema del consumismo, con tantas cosas que la industria inventa «para los bebés» que finalmente son de lo más innecesarios, o a veces sólo hechos para los papás, pero nada pensados en los niños a ciencia cierta.

En el mundo, el 70% de niños duerme con sus padres. De hecho los únicos países que no presentan gran tasa de colecho son EUA, Canada y Australia. Y en los países en que más bebés duermen con sus padres son Japón, Suecia y Noruega, alcanzando un 90%.

  • Si te preguntabas cuánto daño le estarías haciendo a tu bebé por meterlo a la cama contigo: Ninguno
  • Si cuestionas que algún día deje la cama: Lo hará, antes de que tú lo desees, lo extrañarás! (Sí, aceptémoslo, no se quedan en la cama hasta los 17 años, menos cuando saben que tienen un cuarto propio)
  • Si te critican diciendo que estás haciendo lo peor para tu relación de pareja: Es una lástima imaginar personas con tan poca imaginación. ¿Es que acaso la vida de pareja se reduce al dormitorio? Hay muchas más opciones para encontrar intimidad con tu pareja y ahora que dejaron de ser dos, para ser una familia con más miembros, qué mejor que tener un espacio íntimo también para los 3? (o 4 o más)
  • Si pensabas que tu bebé tenía un problema para dormir o no entendías por qué se despertaba tantas veces por la noche: Cuerpo de mama=calma y seguridad.mafalda-021-colecho

Es verdad que debemos enfrentar muchas observaciones externas, pero creo que la correcta información es la mejor manera de empoderarnos y con ello tenemos herramientas para explicar por qué hacemos lo que hacemos (si queremos explicar, al fin y al cabo, nosotros vemos por la educación de nuestros hijos).colecho_unicef

Al final de esta sesión maravillosa con padres maravillosos, me doy cuenta que los genes y el instinto prevalecen, y aunque nos encontremos con observaciones, sugerencias y consejos que no van de la mano con lo que nos dicta la naturaleza, ahí lo tenemos. Más información, más instinto, más crianza natural por el bien de nuestros hijos. Quienes al fin y al cabo, serán los adultos que entregaremos a esta sociedad.

Mimando Ando… colechando!